El eugenismo es la expresión por excelencia del espíritu totalitario: manejar a los humanos
como ganado, es ingeniería social. Esto se compadece muy bien con un cierto intervencionismo de Estado que, al agravar
el empobrecimiento de la sociedad, la avasalla y fortalece la "selección natural".
El partido pro-aborto, heredero de todas las barbaries del presente siglo, incluyendo el nazismo, acusa
hoy a los opositores al aborto de los siguientes pecados:
Cada una de estas acusaciones corresponde en realidad a sus propias concepciones y métodos. Ellos
quieren aparecer como defensores de la democracia, de los pobres y de la humanidad sufriente, desviando así la atención
de sus propias obras bárbaras. Lo mismo hizo la antigua Roma con los primeros cristianos, acusándolos de homicidios
rituales de niños, cuando era ella misma quien practicaba el infanticidio. Es una diversión. Desde que algunos
de sus colegas nazis fueron condenados por el tribunal de Nüremberg, ellos han elegido avanzar ocultos tras la máscara
de una respetabilidad construida a base de millones y de mentiras.
Es menester que se dé a conocer la verdad. Es menester que se haga justicia, y que los eugenistas,
comanditarios e ideólogos de los principales genocidios de este siglo, incluyendo los de "purificación
étnica", sean puestos en la incapacidad de hacer daño.
Para que llegue ese día, hay que comenzar por cortarles los víveres, especialmente
exigiendo a las colectividades territoriales - municipalidades, departamentos, regiones - que supriman las subvenciones
públicas a tales organizaciones criminales. Será al mismo tiempo un verdadero criterio para apreciar
la sinceridad de los amigos de la cultura de la vida.
Pero ello no bastará para detener la cultura de la muerte. Sería fácil, en efecto,
atribuir la matanza actual a un "complot" sectario y olvidar nuestra propia responsabilidad. Corresponde que nos
preguntemos si las acusaciones de nuestros adversarios no tendrán una parte de verdad: ¿no seremos cómplices,
por omisión, pasividad y cobardía? ¿Cómo olvidar, en efecto, el silencio estruendoso, la inacción
perseverante, el abandono del terreno, por tantos cristianos y hombres de buena voluntad ? ¿Por qué sucede
que la solidaridad con las víctimas no-nacidas sea la última preocupación de nuestros contemporáneos?
Edmund Burke decía: "Lo único necesario para que triunfe el mal, es que los hombres
de bien no hagan nada".
Thierry LEFÈVRE